En un lugar bien visible de una ciudad gallega había una pintada con este texto: “La juventud no es antisistema, el sistema sí es anti nosotros”. Unas pocas palabras que son como un tratado de los problemas que afectan a los jóvenes de hoy.
La juventud que, decía el profesor Aranguren, “encierra en sí misma todas las posibilidades vitales como una etapa llena de energía y expectativas”, tiene hoy una serie de problemas estructurales que contradicen esa visión, tan bonita como poco realista. El paro, la precariedad laboral, la imposibilidad de acceder a una vivienda y la incertidumbre ante el futuro no solo limitan su desarrollo personal y profesional, sino que generan una sensación de frustración colectiva que atraviesa a toda una generación.
El paro de los jóvenes es uno de los indicadores más alarmantes de esta realidad. En España sus tasa de desempleo alcanza el 25,4%, casi triplican las del resto de la población activa, lo que refleja la falta de oportunidades laborales y también una desconexión entre los sistemas educativos y las demandas del mercado. Muchos jóvenes, pese a estar altamente cualificados, se encuentran con puertas cerradas o enfrentan una competencia feroz por trabajos mal remunerados.
La precariedad laboral y salarial agrava aún más el panorama. Incluso quienes logran acceder a un empleo suelen enfrentarse a contratos temporales, sueldos insuficientes y la ausencia de estabilidad y se jubilarán ¡a los 71 años!. Vivir sin la certeza de un ingreso fijo, sin perspectivas de crecimiento profesional o con la constante amenaza del desempleo, genera un estrés crónico que impacta en su salud física, mental y emocional.
Este panorama laboral se conecta directamente con otro problema fundamental: la imposibilidad de acceder a una vivienda, el gran agujero negro, dice el presidente del Consejo Económico y Social. Los altos precios de compra y alquiler, combinados con los bajos salarios, hacen que para muchos jóvenes sea prácticamente imposible abandonar el hogar familiar y este retraso en la independencia no solo afecta su sentido de autonomía, también imposibilita realizar sus proyectos familiares, prolongando etapas que antes se consideraban transitorias.
Todo esto culmina en una sensación de inseguridad radical ante el futuro. ¿Cómo proyectar un plan de vida cuando faltan las bases materiales y sociales necesarias para ello? La juventud representa el motor del cambio y el futuro de la sociedad, combatir su paro, garantizarles condiciones laborales dignas y facilitarles el acceso a una vivienda no puede ser una opción, debe ser una prioridad. No solo para devolverles esperanza, también para fortalecer las bases de un sistema más justo y equitativo.
Resolver estos problemas es pensar en la sociedad de mañana que estará dirigida por los jóvenes que hoy maltratamos.