Sydney Bernice Sweeney. Tiene un nombre muy sensual, como ella misma. Sydney es la protagonista de la polémica semanal en USA y en el mundo. Sydney es rubia, de ojos azules y los dioses la han bendecido con talento y con curvas y pecho “turgente” que decimos en las novelas. Sydney es guapa, es talentosa, es buena actriz y no pide disculpas por pisar y por posar. Sydney tan pronto es nominada a un Emmy como arregla su coche con un mono de trabajo, tan pronto interpreta a una adolescente pija como a una monja atormentada. Sydney sabe lo que quiere y lo consigue.
La polémica surgió cuando una marca de vaqueros la fichó para hacer una campaña publicitaria. Sweeney sale luciendo las prendas como ella sabe, un poco de picardía, un punto sexy, un vacile con la pronunciación entre “jeans” y “genes”. Sydney tiene buenos genes, viene a decir el juego de palabras. Y aquí es cuando aparecen los woke, los inevitables de siempre, a poner el grito en el cielo, a mesarse los cabellos, a tirarse encima ceniza y a clamar “nazismo” al ver a la chica con unos pantalones amplios meterse en un Ford Mustang maravilloso.
Ahora todo es nazi menos los nazis. Si eres rubia y de ojos azules eres nazi. Aquí en Galicia abundan los loiros y los roxos, muchos años de incursiones vikingas que les pillaban de camino y visitas británicas que también caían cuesta abajo. Muchos ojos azules y verdes mentireiros y traidores se ven por aquí sin ningún tipo de problema y sin invadir Polonia. Sydney hace apología del nazismo por anunciar unos vaqueros asequibles y que encima quedan bien. En mis tiempos ser nazi era cosa seria, he conocido a alguno y escucharlos hablar de su ideología y sus aspiraciones ponía literalmente el pelo de punta y pasabas un mal rato buscando la puerta de salida con los ojos para huir. No veo nada nazi en Sydney. Unos vaqueros informales para pasear al perro, para ir a la universidad, para disfrutar de la vida y del amor no son nazis, queridos woke. Y tener buenos genes es una lotería. Si te tocan, enhorabuena. A Beyoncé y a Iman también les tocaron. Es la vida, amigo lector.
Sydney presume de genes y de jeans y mientras tanto los woke lloran. Pero literalmente. Mujeres se graban entre lamentos dignos de Dido cuando Eneas se dio el piro, hombres claman “Mengele, Mengele” y las personas normales hacemos palomitas mientras vemos como la marca de ropa vaquera agota las existencias. El péndulo ha decidido que Dylan Mulvaney tiene que abandonar la casa (busquen a Dylan Mulvaney y verán, todo un personaje) y entra nuestra Sydney Sweeney a bailar, que lo hace fenomenal.
Otra que tiene muy buenos genes (hoy la columna va de rubias de ojos azules) es Pamela Anderson. Pamela corría por la playa con aquel espectacular bañador rojo que hacía que los hombres se metieran en el agua sin la digestión hecha. Luego desapareció del mapa una temporada para resurgir como una vikinga del rural, sin maquillaje ni afeites, y sin esas operaciones horrendas que convierten a muchas mujeres en esqueléticos clones estirados. Pues nuestra Pamela se ha enamorado de nuevo. Y ha devuelto la esperanza a muchas mujeres con el corazón inerte. Sale ni más ni menos que con Liam Neeson, nuestro Jedi favorito. La pareja que no sabías que necesitabas. Liam enviudó trágicamente hace años y verlo acaramelado nos llena el alma de alegría. Hay gente mala que dice que fingen ese amor, pero los que tenemos genes esperanzados sabemos que nos van a dar muchas alegrías en el futuro.