El lunes, el presidente del Gobierno marcó el final del curso político con un discurso triunfalista que dibujó un país de Jauja en el que los españoles vivimos mejor y somos felices gracias a un Gobierno bondadoso que resuelve nuestros problemas. Su balance recuerda los “alternative facts”, los hechos alternativos de la consejera de Trump, Kellyanne Conway, que el periodista Charles D. Todd calificó de “falsedades demostrables”. Pero, optimismo del presidente aparte, hay otro balance del año político más pegado a la realidad que perciben los ciudadanos. Unos ejemplos:
Uno. Los españoles llegan al parón veraniego saturados, no por los avances legislativos o la bonanza económica, sino por la crispación. La política se ha convertido en un permanente enfrentamiento con un lenguaje tabernario impropio del Congreso que refleja la falta de altura de toda la clase política muy desconectada de la realidad del país.
Dos. Este curso deja también una sociedad polarizada alentada desde el poder con discursos que en lugar de unir, dividen. La decisión del presidente de “construir y mantener un muro” político para aislar a la oposición es un torpedo a la línea de flotación de la cohesión del país. Cuando se gobierna contra la mitad de la nación, el deterioro institucional es inevitable.
Tres. La corrupción ha vuelto a asomar, esta vez en el núcleo del poder salpicando al entorno familiar del presidente. La política se ha vuelto un “pestífero lamedal” (Valle Inclán dixit) en el que la ética cede ante la impunidad. En este sentido, la UE reprocha al Gobierno la falta de transparencia, las críticas a los jueces, el procesamiento del fiscal general…
Cuatro. Una de las heridas graves que deja el curso político es el plan de la financiación “singular” para Cataluña, que rompe con el principio de igualdad entre españoles y la solidaridad interterritorial y es un ataque a la cohesión de España. Una cesión fruto del chantaje político de quienes quieren dinamitar el sistema desde dentro y del prófugo de la justicia desde fuera que chantajea con sus siete votos. Un hecho inconcebible en cualquier democracia madura.
Cinco. Un año más España camina sin las necesarias reformas estructurales –laborales, educativas, territoriales o de modelo económico– que se aplazan o ignoran por falta de presupuestos. Como se ignoran los problemas de vivienda, el paro de los jóvenes, la inmigración o el futuro de las pensiones que esperan su turno en una agenda política secuestrada por los equilibrios de poder y los intereses partidistas.
Por todo esto, bienvenido el fin de curso político que trae la mejor aportación de los políticos: su silencio. El ciudadano solo pide que no le griten, que no le enfrenten, que no le mientan. Por eso, como reza el viejo dicho, tanta gloria lleven como paz dejan a los españoles en este agosto vacacional.