Madres desaparecidas

La primera semana de abril escribí un artículo sobre la corresponsabilidad. Daba datos de varios estudios de la Asociación Yo No Renuncio. Cifras de las que escuecen. Números absolutamente demoledores que demuestran que eso de la paridad en las tareas de crianza está muy lejos de ser una realidad. Pero me guardé un as en la manga: un dato tan devastador que pedía a gritos artículo propio, sin que ninguna otra cifra le hiciera sombra ni le robara un ápice de protagonismo.


Y qué mejor ocasión que esta, tres días después del de la Madre, para darlo a conocer. ¿Estáis preparados? Ahí va.


Dice la estadística que el 65% de las madres tienen menos de una hora libre al día. Una hora. Vamos, que te da tiempo a ver media película. Eso sí: antes tendrás que poner el lavavajillas o la lavadora, porque ese es el tiempo que tardarán en completar su ciclo de lavado.


Is this the real life? Is this just fantasy?, cantaría Queen. O quizás aquello otro: Scaramouche, Scaramouche, will you do the Fandango? Porque esto no es lo peor.


Agárrate, que ahora vienen curvas: el 20% de las madres de hoy en día admiten que no tienen tiempo para sí mismas. Nada. Cero. Nulo. Vacío. Como si hubiesen desaparecido sin que nadie se diera cuenta. Porque lo más cruel es que a nadie le importa. Nadie se pregunta cómo están. Nadie se detiene a ofrecerles un espacio, una tregua, un respiro que no venga con condiciones ni con culpa.


Y no, no es porque no se organicen bien. No es porque no sepan delegar, no es porque quieran dominarlo todo, no es porque les encante complicarse la vida. Es porque la maternidad, tal y como está montada, sigue descansando sobre su tiempo, su cuerpo y su energía. Que no te quepa nunca ninguna duda: si ellas pueden con todo, es porque alguien más está pudiendo con muy poco.


Porque seamos claros: muchos padres modernos se implican justo lo justo. Lo justo para contarlo. Su implicación se acaba en cuanto se comparte con los colegas o se publica en Instagram la foto que demuestra que ha cambiado un pañal o dado un biberón.


Ellos. Nuestros compañeros. Los corresponsables. Los que hacen cosas. Porque claro que hacen cosas, no se puede negar. Lo que pasa es que en ningún momento se les ocurre pensar que si pueden seguir yendo al gimnasio, a conciertos, a ver la Super Bowl, a correr La Coruña 10 o a tomar unas cervezas, es porque nosotras les cubrimos. Sí, como un pistolero a otro en pleno tiroteo. Solo que en lugar de disparar, estamos lavando uniformes del colegio, preparando cenas, firmando circulares y recogiendo piezas de Lego con el pie. Sostenemos la estructura invisible del día a día. Sostenemos tanto que acabamos sosteniéndonos mal.


Mientras ellos “se despejan”, nosotras nos disolvemos.


El privilegio les nubla la empatía. A muchos, incluso, les ciega por completo.


Muchas veces, cuando el agotamiento se nota —porque se nota—, llega el juicio, el reproche. Y si alguna se atreve a pedir, es que está amargada, es que no sabe disfrutar, es que es una pesada. Así, hasta que ya no importa, porque ya no sabes cómo explicar que no es que estés enfadada, es que estás vacía.


Así que sí, flores, desayunos con zumo y dibujos con purpurina. O un disco de Los Flechazos, que es lo que me han regalado a mí. Que no falten. Pero sobre todo, que no falte lo otro: el tiempo real. El de verdad. El que no se mide en minutos, sino en respeto. En reparto. En presencia. En amor que se construye no con palabras, sino con gestos.


Y si no, siempre podremos cantar a gritos el Creep de Radiohead, hasta que alguien nos vea. Mejor dicho, hasta que alguien se dé cuenta de que ya no estamos:


I want you to notice

When I’m not around

You’re so fucking special

I wish I was special

But I’m a creep

I’m a weirdo.

Madres desaparecidas

Te puede interesar