Sam Altman, CEO de OpenAI, ha generado controversia al advertir de que la inteligencia artificial atraviesa por lo que podría ser una burbuja especulativa. Al tiempo que hace estas declaraciones, negocia ventas de acciones secundarias por valor de varios miles de millones que apuntan a una valoración estimada de 500.000 millones de dólares para su empresa. Pero, ¿es fiable esta cifra? ¿Qué riesgos subyacen detrás de ella?
Altman ha comparado el auge actual de la IA con la burbuja puntocom de finales de los noventa. A su juicio, en estos contextos “gente muy preparada puede dejarse arrastrar por un núcleo de verdad y exagerar sus posibilidades”. En otras palabras, aunque reconoce que la IA tiene un potencial inmenso, también considera que el entusiasmo inversor puede estar inflando expectativas más allá de lo razonable.
Algunos economistas secundan su visión, pero hay quienes defienden que, incluso con un contexto exagerado, la base tecnológica es sólida.
OpenAI se encuentra en negociaciones para una venta de acciones secundarias valorada en 6.000 millones de dólares, lo que elevaría su valoración hasta los 500.000 millones. En marzo, ya había alcanzado una valoración de 300.000 millones.
Esta cifra, de confirmarse, colocaría a OpenAI por encima de gigantes como SpaceX (~350 000 millones). Su facturación estimada para 2025 roza los 12.000 millones de dólares, con 5 millones de usuarios empresariales de pago. Pero su coste de operación también es elevado: se estima un gasto anual de 8.000 millones de dólares, y se proyecta una inversión en trillones para infraestructura.
Una nota crítica proviene del Financial Times, que recuerda que solo el 5 por ciento de las empresas obtiene retornos reales de la IA generativa. Para interpretar esta aparente desconexión entre expectativas y resultados, el periódico recurre a la teoría de la economista venezolana Carlota Pérez, especialista en ciclos de innovación.
En su obra más conocida, Pérez explica que cada revolución tecnológica sigue un patrón: una primera fase de sobreinversión y especulación, un estallido de la burbuja y, finalmente, una etapa de maduración que desemboca en una “edad dorada” de crecimiento sostenido.
El FT utiliza este marco teórico para señalar que el actual boom de la IA podría formar parte de esa dinámica histórica. Es decir, la especulación no invalidaría el potencial transformador de la tecnología, pero sí anticiparía un ajuste brusco antes de una fase de consolidación.
Otros analistas advierten de un exceso de financiación concentrado en IA, similar a burbujas anteriores. Por tanto, aunque Altman conviene en que hay exageración, también apuesta por el potencial revolucionario de la tecnología -y de su compañía en particular-.
OpenAI participa en el proyecto Stargate, una empresa conjunta con SoftBank, Oracle y MGX, destinada a invertir hasta 500.000 millones de dólares en infraestructura de IA —como centros de datos— hasta 2029. Altman no solo lo reconoce, sino que defiende explícitamente ese “gasto en trillones” como parte estratégica de su modelo.
El liderazgo del proyecto recae en Masayoshi Son, fundador de SoftBank, quien ocupa la presidencia de Stargate. Bajo su dirección, la iniciativa no se limita a levantar nuevos centros de datos: también busca ampliar la capacidad computacional a escala global y garantizar la expansión internacional de la infraestructura necesaria para sostener el auge de la IA.
El debate sobre si OpenAI se encuentra en el centro de una burbuja tecnológica o si realmente está construyendo los cimientos de una nueva era industrial es complejo y no admite respuestas rápidas.
Las cifras son apabullantes: una valoración de 500.000 millones de dólares, ingresos que crecen a doble dígito, y promesas de inversión “en trillones” para levantar infraestructura global. Sin embargo, la historia económica muestra que estos procesos suelen ser menos lineales de lo que la retórica empresarial sugiere.
La paradoja Altman se resume en un doble discurso: por un lado, reconoce que la fiebre inversora actual es insostenible y que muchos actores del mercado “van a perder una cantidad fenomenal de dinero”; por otro, busca elevar a OpenAI al rango de compañía más valiosa del mundo fuera de bolsa. Este contraste plantea dudas legítimas: ¿advertencia sincera o estrategia para moderar expectativas y blindar su liderazgo?
Los analistas no se ponen de acuerdo. Para algunos, lo que sucede con OpenAI es comparable al nacimiento de internet: un periodo inicial de exceso de capital seguido de una depuración que dejó en pie a gigantes como Google o Amazon. Bajo esta lógica, incluso si la burbuja estalla, empresas como OpenAI podrían sobrevivir y salir reforzadas.
Para otros, el modelo actual es más frágil: los costos energéticos y de hardware de los modelos de IA son enormes y podrían hacer inviable la rentabilidad en el medio plazo, especialmente si los clientes no encuentran usos tangibles que justifiquen la inversión.
Un dato clave: según el Financial Times, solo un 5 por ciento de las compañías logra extraer beneficios concretos de la IA generativa. La mayoría aún se encuentra en fase de experimentación. Si este desajuste entre expectativas y resultados persiste, la presión de los mercados podría desinflar rápidamente las valoraciones.
A todo esto se suma la dimensión geopolítica. El proyecto Stargate, que prevé inversiones colosales en centros de datos y computación avanzada, muestra hasta qué punto el desarrollo de la IA ha pasado a considerarse infraestructura estratégica. La participación de SoftBank, Oracle y otros gigantes indica que no se trata solo de una apuesta empresarial, sino de una competencia por dominar el “petróleo” del siglo XXI: los datos y la capacidad de procesarlos.
La pregunta de fondo permanece abierta: ¿se trata de un espejismo financiero o el inicio de una auténtica revolución tecnológica comparable a la electricidad o el motor de combustión? Sam Altman, al menos, parece convencido de que OpenAI será uno de los pocos supervivientes de la tormenta. El tiempo dirá si su advertencia sobre la burbuja fue un ejercicio de realismo o la antesala de una corrección dolorosa.