Que A Coruña vive en la calle se sabe desde que la ciudad era asentamiento romano, así que tampoco es de extrañar que en sus escasos treinta y siete kilómetros cuadrados estén desplegadas casi cuatrocientas terrazas. Y desde que la hostelería ha descubierto las estufas de exterior y las mantas de cortesía, no hay excusa para no hacer planes pese a los aguaceros.