Los traumas psicológicos en la infancia multiplican por cuatro el riesgo de depresión

Los traumas psicológicos en la infancia multiplican por cuatro el riesgo de depresión
Los traumas psicológicos infantiles pueden causar depresión

Las personas marcadas por traumas psicológicos en la infancia tienen cuatro veces más probabilidades de desarrollar depresión en el futuro y responden peor al tratamiento y a la remisión de la enfermedad, sobre todo si la mala experiencia se ha producido antes de los siete años.

 

Cuanto más crónico sea el episodio traumático, más riesgo de que la enfermedad se alargue de por vida, según han expuesto profesionales de la salud mental durante el XXI Seminario Lundbeck "La depresión, ¿nace o se hace?", en el que se han abordado los factores biológicos, psicológicos y sociales que convergen en ella.
 

Traumas derivados de abusos sexuales o psíquicos, negligencia, bajos cuidados o pérdida de un progenitor son factores psicosociales de riesgo para hacer aflorar una depresión de adulto, pero es el de la violencia interpersonal el que mayor prevalencia acumula, ha señalado Alba Babot, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria en el Área Básica de Salud de La Garriga (Barcelona).

 

Uno de cada cuatro niños y adolescentes (24,2 %) que han tenido uno de estos episodios traumáticos, cumplen los criterios de depresión; la mayor parte de los adultos que la tienen (62,5 %) cuenta con antecedentes de trauma infantil, y suelen generar una peor respuesta al tratamiento e incluso a la remisión, sobre todo si la experiencia se ha producido antes de los siete años.

 

Pero es que, además, pasar por uno de estos traumas duplica, y puede llegar a quintuplicar, el riesgo de suicidio infantil, adolescente o adulto.

 

La soledad, el “asesino silencioso”

 

Otro de las amenazas psicosociales que incitan la aparición de la depresión es la soledad, que multiplica hasta por cinco veces el riesgo; sin embargo, es también el factor más modificable de todos.

 

El aislamiento y vulnerabilidad social y la soledad son comunes en los adultos mayores y se asocian a una morbimortalidad; en este sentido, los profesionales de Atención Primaria, ha destacado la doctora, tienen "una posición única" para identificar a las personas socialmente aisladas.

 

No obstante, y aunque la soledad se atribuye sobre todo a la gente mayor, las últimas evidencias apuntan a que los menores de 25 años son los que actualmente tienen más sentimiento de soledad no deseada, relacionada principalmente por los factores económicos como el desempleo o las dificultades para acceder a una vivienda. Sin olvidar, ha añadido, el uso de redes sociales y la falta de acción social en persona.

 

Integrar preguntas sobre la soledad en las consultas permitiría aproximarse mejor al estado de la salud mental del paciente; de la misma manera, antes del diagnóstico deberían valorarse los demás factores psicosociales de riesgo, como los episodios traumáticos en la primera infancia, pero también los rasgos de personalidad que predisponen a la depresión, así como los biológicos.

 

“El entorno puede ayudar en la recuperación plena, pero también hundir en la miseria”

 

A sus 53 años, Antonio tiene trastorno bipolar tipo dos; pero hasta este último diagnóstico, ha pasado por décadas de trastornos de la conducta alimentaria y depresión.

 

El germen de todo eso fueron las inseguridades que fue acumulando desde niño por los continuos cambios de residencia a los que obligaba el trabajo de sus padres; cuando por fin se estabilizaron en Tarragona, teniendo ya 13 años, un niño le llamó gordo y no comió más.

 

Junto a la anorexia y la bulimia, empezaron distintos episodios depresivos que le llevaron a la incapacidad total a los 30 años, y así es como entró en un "ciclo vital que era cama, sofá, sofá, cama". "Esa era mi vida. Lo que sí hacía mucho era dormir, hasta casi 16 horas al día. ¿Por qué? Para no pensar".

 

"Me sentía un inútil", prosigue este trabajador social; y cuando no pudo "soportarlo más", intentó suicidarse. "Yo no quería acabar con mi vida. Solo quería dejar de sufrir en aquel momento. Tenía casi todo, pareja, piso, coche, tenía la vida más o menos resuelta, pero mi vida en aquel momento era solo sufrir 24 horas".

 

Afortunadamente, hoy puede hablar y ayudar a otros en esta misma situación o parecida de la importancia de rodearse de un buen entorno, que a él le faltó: "En salud mental te puede ayudar muchísimo a la recuperación plena. Pero te puedes hundir en la miseria".

 

"Es muy importante que la persona se sienta bien. Que corra el aire, ya cuando pueda hablar, hablará". Tampoco se debe ni banalizar el lenguaje ni infantilizar sus emociones.

 

Y aprender a verbalizarlas. Ahora que todo eso pasó, desde la pequeña asociación Amb Experiència Pròpia que coordina imparte talleres a niños y adolescentes para insistirles en la necesidad de que exterioricen y pongan nombre a sus emociones.

 

"Si a mí con 13 años -asegura- me hubieran venido al cole a darme una charla sobre este tema y decirme que no soy el único y que le pasa a mucha gente, el camino no habría sido tan duro". "Por favor, normalicemos la salud mental", remata.

Los traumas psicológicos en la infancia multiplican por cuatro el riesgo de depresión

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