El papel de las palabras

Formidables pensadores de la libertad, esclavos del pensamiento y de la pluma, amigos del desafío, profetas de la rebelión sin proponérselo, insurrectos proclamados, pasquín sin estatua, sacos terreros acribillados de insolencias... Ellos, y no otros, pensaron un mundo mejor, diferente al suyo y al nuestro. Fracasó en parte su utopía, por eso lo eran, pero desde su ceniza y su recuerdo, en su presencia, su verdad permanece.
Ahora, hay que hacerse nuevas preguntas. Vararemos de manera renovada en respuestas sin sentido, pero hallaremos algunos indicios, rutas por las que conducir esperanzas que consentirán nuevas épocas de convivencia, más o menos aceptables.


Aún en la imposición de las máquinas, está el ser humano y, permanecerá mientras dure lo que merece la pena perdurar. Alguien seguirá imaginando quimeras diversas, rescatando evidencias, cantando epopeyas... Lo hará para rezar, para recaudar o para mandar, pero también para hacer ofrendas a los demás, en forma de sueños escritos, de aspiraciones, de ilusiones o alucinaciones narradas, contadas, transmitidas. La verdad está ahí, está ahí y no tiene precio.


Una observación apenas comprensible, de trazo apurado, un rasgo emocional, un pensamiento equilibrado, moderado, intuido o fruto de la reflexión, la conjunción acertada y cierta de unos términos escogidos, significantes, el grito o una canción de amor pronunciada por un individuo o un coro –masa, dicen algunos– de desesperados, un amor manifiesto o encapsulado... serán suficientes para argumentar una historia, quizás para cambiarlo todo. A veces será suficiente con una frase, con un nuevo estilo, con un libro, con unas pocas expresiones que puedan resultar mágicas, como un invento decisivo.


Estamos ante el indicio de un mundo nuevo, preludio inequívoco de una libreta de glosas de inspirados hallazgos. El cambio de paradigma, tan famoso como incierto, está aquí, produciéndose en presente, circunstanciando los días.


Los lectores, los oyentes, los videntes, sin importar el género, las ricas sensibilidades distintas y/o distantes; sin atender a las edades, ni a las ideologías, ni a los talantes ni tampoco a los talentos.. habrán de completar con sus particulares interpretaciones, con sus saberes, insuficientes casi siempre, la historia de silencios, soledades, esperas, desasosiegos, frustraciones, dudas o desencantos, enamoramientos... Sentirán, sí, el aire fresco nada indiferente de la desgracia recién huida o a punto de abatirse como una tormenta que adelanta vientos olorosos a barro, o allegarán como rocío candoroso buenas nuevas, todo tras las sucesivas tormentas que atenazan el presente.


Eternos, Rulfo o Gabo o Cunqueiro nos regalaron las realidades mágicas de sus hallazgos prodigiosos. Mario Vargas Llosa, se marchó sin ira, tras señalarnos el talento tenaz de Flaubert, fruto de una larga paciencia. Nélida Piñón subrayó la otredad. Cervantes destruyó imaginaciones disparatadas para enseñarnos a dialogar con nosotros mismos y con el prójimo. Julio Cortázar lo innovó todo. Autores como ellos, fueron Penélopes que tejieron y destejieron diccionarios, para urdir cuentos que enlazan con los hilos de las cometas de Catay, para rellenar los anaqueles de las nuevas Bibliotecas de Babilonia, en tanto, casi sin percatarnos, escalamos, camino de las hermosas estrellas de RabindranathTagore, la Torre de Babel destruida de facto en su metáfora por los traductores automáticos.


Volverán maravillas orientales, booms latinoamericanos o africanos. Transitarán en palabras transitarán nuevas rutas de la Seda, camino de los oasis. Nos allegarán nuevos Siglos de Oro, con estímulos anti poder, emanados sobre la tierra propia o en fértiles exilios forzosos.


Están por arribar generaciones de inmensos creadores que evocarán la profundidad y la filosofía de Omar Jayyan, la mística de Rumi, la visión de Dante Alighieri, la espiritualidad de Santa Teresa, la poesía de San Juan de la Cruz, la prolífica obra de Lope de Vega, la universalidad de Shakespeare, el conceptismo de Francisco de Quevedo, el enigma de Conde de Villamediana, la intensidad de Baltasar Gracián, la erudición de Sor Juana Inés de la Cruz, la ironía de Jane Austen, la crítica de Charles Dickens, la pionera labor de Concepción Arenal, la psicología de Dostoievski, la visión futurista de Jules Verne, la épica de Tolstoi, la emocionalidad de Rosalía de Castro, la intelectualidad de Emilia Pardo Bazán, el realismo de Galdós, el existencialismo de Pío Baroja, el modernismo de Manuel Machado, la experimentación de Macedonio Fernández, la melancolía de Antonio Machado, la lírica de Juan Ramón Jiménez, la introspección de James Joyce, la lírica de Virginia Woolf, el surrealismo de Franz Kafka, la sensibilidad de Gabriela Mistral, la claridad de Jorge Guillén, la filosofía de Huxley, la creatividad de Gerardo Diego, el simbolismo de Federico García Lorca, el saber de Dámaso Alonso, la cotidianeidad de Vicente Aleixandre, la complejidad laberíntica de Jorge Luis Borges, la contemplación de Emilio Prados, la sensualidad de Luis Cernuda, la vanguardia de Rafael Alberti, la distopía de George Orwell, el humanismo de Marguerite Yourcenar, el existencialismo de Onetti, el compromiso de Miguel Hernández, la innovación de Gonzalo Torrente Ballester, la pertinacia de Camilo José Cela, la brevedad de Augusto Monterroso, la narrativa maqrolliana de Álvaro Mutis, la profundidad de Wislawa Szymborska, la amargura de Truman Capote, la elegancia de Tom Wolfe, la narrativa de Alfredo Conde, la capacidad de Isabel Allende, el surrealismo de Murakami... y las características de las obras y los estilos de muchos otros seres de luz –imposibles de citar en un artículo–, con sus matices diversos: macabros, viajeros, intensos, confesionales, innovadores, multiculturales, elocuentes, sabios, reflexivos, divertidos...


Como a los conquistadores bárbaros, citados por Pablo Nervuda en “Confieso que he vivido”, es posible que como especie nos hayamos tragado todo: culturas, y con ellas esperanzas diversas disfrazadas de idolatrías, mitos, religiones, monumentos, lenguas, especies, mares...-; hemos arrasado pueblos enteros-, todo por nuestra intervención, ambición, irrespeto y desenfreno desmedidos. Vivimos sobre un planeta que vamos desmantelando en muchas de sus esencias, pero entre nosotros, en este hermoso punto azul del cosmos, habitaron, prosiguen y vendrán seres capaces de crear mundos en los que situar a personajes reales e imaginarios, tan imperecederos como Don Quijote o Sancho, como El Principito.... Los escritores por venir serán capaces de dotar a esos seres de excepcionales músicas, de dibujar sus hábitats imaginados o no, de colorearlos, de cuidar a los animales y a las plantas, de procurar a sus lectores alimentos espirituales. En sus mentes, en sus manos, en su voluntad, en sus actitudes, incluso en sus gestos, hallaremos siempre el modelo, la enseñanza, la esperanza de renacer cada jornada y la posibilidad de otorgarle un sentido cierto. El sustento, es la cultura; el instrumento, la educación; la referencia, el prójimo, los otros.
Retornemos a volar cometas de papel sobre nuevas ciudades reales o imaginadas, geografías maravillosas, tan sugerentes como la Comala de Rulfo, la Santa María de Onetti, el Macondo de García Márquez.... Las ciudades invisibles de Italo Calvino; El Bagdad de ‘Las Mil y una noches’, el Paris de Balzac, el Londres de Dickens, el San Petesburgo de Turgeniev, el Dublín de Joyce, el Nueva York de Fitzgerald, el Berlín de Alfred Dublin... 


Hay futuro, palabra.

El papel de las palabras

Te puede interesar