Un Papa empático para el mundo

En medio de la crisis de religiosidad y del proceso de secularización del mundo, el Cónclave, que encerró a los cardenales en la Capilla Sixtina para elegir al Sumo Pontífice, captó la atención global como ningún otro acontecimiento mundial. Más allá del interés de los 1.400 millones de católicos que miraban a Roma con expectación, la elección del Papa despertó un interés transversal en las cancillerías y gobiernos de todo el mundo y suscitó la presencia de medios de comunicación de todos los continentes. 


No es para menos. Pese a algunas opiniones reduccionistas, el Papa es mucho más que un líder espiritual y ocupa un lugar único en el escenario internacional. Es jefe de Estado del Vaticano, el más pequeño del mundo, pero tiene una influencia moral y simbólica que supera a las potencias más grandes. Su palabra tiene un peso que logra mover conciencias cuando habla de los pobres, la migración, la paz, el medioambiente o la ética y la ciencia. Sus intervenciones orientan el debate público y abren espacios de reflexión en contextos polarizados. 


Por eso, un acontecimiento como el Cónclave, que en sí es profundamente religioso, paraliza al mundo entero porque sus consecuencias rebasan las fronteras del catolicismo. Elegir un Papa es elegir un líder para el diálogo interreligioso y una voz firme y potente frente a las crisis del siglo XXI.


Pero si el Cónclave sigue “convocando” al mundo también es por la solemnidad de sus ritos. Cuando el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas pronuncia el “Extra omnes!” –todos fuera– y se cierra la puerta de la Sixtina, el mundo se detiene ante ese gesto de recogimiento radical. En un tiempo de hiperconectividad, la Iglesia escoge el silencio y reza al Espíritu. 


Y cuando se ve la fumata blanca y se escuchan desde la ventana central de la Basílica de San Pedro “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam.”, esas palabras en latín,  la lengua muerta que cobra vida como vehículo de lo eterno, llenan la Plaza y el Orbe y superan la expectativa de cualquier otro anuncio. En este tiempo convulso, la Iglesia sigue ofreciendo a través de gestos y palabras inmutables un modelo de continuidad y  trascendencia. 


Tras los ritos milenarios y la belleza del latín apareció el nuevo Pontífice, un Papa pastor y misionero comprometido con la paz, que continuará el legado de su predecesor   apoyando la inmigración, a los más vulnerables y acometiendo los cambios y reformas  necesarias en la Iglesia.


La elección del nombre no es casual. Su referente lejano es León XIII, el Papa de la doctrina social de la Iglesia ante una revolución industrial y León XIV defenderá con fuerza la dignidad de los trabajadores ciento veinte años después . Es su compromiso con la justicia social y defensa de los más vulnerables en plena eclosión de la revolución tecnológica. Ojalá sea escuchado.

Un Papa empático para el mundo

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