Los inoportunos

El timón de un petrolero marca hoy la deriva de un mundo que navega eterno en la eternidad de un velero al que le marca severo rumbo la severa injusticia, esa que guarda fiereza más allá de su mismo concepto, para adentrarse en el siempre apocalíptico y presente mar de la crueldad, donde nace el grito que denuncia el crimen de no dejar ser al hombre allí donde humanamente le sea posible.
 

Encaramados en el timón de un petrolero que navegaba a Canarias, han viajado —durante once días y 4600 km— tres hombres naturales de Camerún y vecinos del mundo. Un metro cuadrado, esa fue la superficie que consintió su epopeya. Sobre ella, sus cuerpos, acechados de escualos vecinos y asaeteados de aves en la disputa de la percha.
 

Serena estampa la suya, desmayada sin duda, pero capaz de armar aguerrido testimonio de una arbitrariedad sin medida, la de no poder transitar el hombre por el mundo sin necesidad de atarse a la fuga. 
 

A la vida la marca el arrojo de la oportunidad consumada, y al humano arrojo la inoportunidad soñada. Eso buscan ellos, una inoportunidad en el sueño, la de serlo en un mundo lleno de oportunidades que harán de ellos lo que oportunamente puedan dentro del civilizado marco de inoportunidades europeas.
 

Alguna utilidad han de tener, se dice ese mundo que los espera sin otro desespero que el de recibirlos sin recibo y admitirlos sin motivo, por la sola vergüenza de sentir que vienen a costa de nuestra general desvergüenza.

Los inoportunos

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