“Vida de ricos” (editorial Lengua de Trapo) es el título del libro en el que Emilio Santiago –Ferrol, 1984– aborda el modo en el que las sociedades tienen que avanzar. El antropólogo climático del Centro Superior de Investigaciones Científicas –CSIC– asegura que vivir bien sin decrecer es posible.
Viví en Ferrol hasta los cuatro años. Mi padre era marino mercante y con el proceso de privatización nos vinimos a Madrid a buscarnos la vida. Me crié en Móstoles, pero siempre mantuve el vínculo con Ferrol porque volvía todos los veranos, tengo allí la pandilla de la adolescencia y mi mujer es ferrolana, así que soy como de los dos sitios. ¿Cómo acabé en el CSIC? Soy militante de movimientos sociales y ecologistas desde muy joven. He trabajado mucho en ese ámbito, hice una tesis doctoral sobre la transición energética en Cuba en los años 90 cuando cayó la URSS y tuvieron un déficit de petróleo muy severo. Luego me involucré en la aventura de los ayuntamientos del cambio y el movimiento 15M y acabé de director técnico de medio ambiente en Móstoles, en 2015-2019. Después salió la plaza en el CSIC de antropología de cambio climático, un perfil que se ajustaba bastante al mío y tuve la suerte de sacar la oposición.
Es un poco distinto, asumiendo lo esencial. En el libro hablo de poscrecimiento, que es un poco diferente al decrecimiento. Primero, porque creo que decrecimiento es todavía un término muy antipático para hacer política con él, pero es que, además, de fondo hay problemas conceptuales porque no necesitamos decrecer en todos los ámbitos; en algunos sí necesitamos hacerlo salvajemente, como en emisiones de CO2, y en otros, como en infraestructuras de energía renovables, transporte público y hospitales –también en inversiones fuertes en el sur global– tenemos que crecer. Por lo tanto, lo que tenemos que afrontar es una especie de decrecimiento selectivo. Además, pensar en un decrecimiento integral es muy utópico en el sentido de que exigiría unos niveles de control público de la economía absolutamente descabellados. Piénsese que el socialismo real jamás se planteó decrecer porque hay que entender que el crecimiento es una lógica: todo nuestro sistema funciona para crecer y ahí hay una serie de inercias muy fuertes que es mejor plantear de una manera más tangencial.
“No necesitamos decrecer en todos los ámbitos; en algunos sí debemos hacerlo salvajemente, como en emisiones de CO2”
El programa del decrecimiento en un sentido general me sigue pareciendo válido: estamos por encima de los límites planetarios y tenemos que ajustarnos a ellos. Lo que pasa es que en los últimos años hay una serie de novedades que hacen que ese ajuste a los límites planetarios ya no tengamos que pensarlo de una manera tan drástica, como un retorno al pasado, que es un poco el imaginario que muchas veces moviliza el ecologismo, como si se tratase de volver al rural, a una vida de mucho esfuerzo físico, con poca presencia de tecnología... Y eso ya no es así, entre otras cosas porque en los últimos años hemos asistido a una auténtica revolución tecnológica y política que tiene que ver con la energía, y hablo de renovables, de electrificación y baterías, que nos posibilita un futuro menos estrecho en términos energéticos. A partir de ahí podemos pensar en un escenario en el que evidentemente va a haber que hacer cambios en nuestros modos de vida, pero que no implican volver a la vida de nuestros bisabuelos. A partir de ahí, es una buena noticia para el ecologismo porque eso le permite tener un discurso más atractivo a nivel social.
Ese es el juego: asumir que evidentemente hay unas condiciones materiales básicas que hay que cubrir pero, más allá de eso, el título, “Vida de ricos”, es intencionadamente provocativo porque la idea es disputar el significado de la abundancia. Igual abundancia es tener tiempo libre, igual es tener condiciones de seguridad material para poder dedicar tiempo a tus pasiones, a esas pasiones que la dinámica de trabajo-consumo en la que estamos encerrados no nos permite despegar en toda su potencialidad. Igual abundancia es pasar tiempo con los tuyos, poder ver a los amigos sin tener que hacer malabarismos con la agenda, dedicarte al deporte, a la creatividad, a lo que cada uno quiera. Entonces, sí hay un elemento que tiene que ver con disputar el significado de riqueza, y entender que muchas de las cosas que nos hacen más felices y más ricos no necesariamente van ligadas a un mayor consumo energético y material. Al contrario.
Es una de las cosas más importantes, sin duda, y por eso el programa emancipador en toda su historia ha peleado por liberar tiempo. No hay soberanía personal si no hay capacidad de organizar parcelas de tu vida con tiempo libre para un uso absolutamente autónomo, que sea un fin en sí mismo. Una de las medidas que se plantean en el libro como utópicas pero al mismo tiempo pragmáticas, realizables en el marco de una vida de unas décadas, es una reducción sustancial de la jornada laboral. Eso tiene que ir acompañado de otras cosas, claro.
“La idea es disputar el significado de la abundancia; igual es tener tiempo libre para poder dedicarlo a tus pasiones”
No, ya no es una anomalía; es una realidad, siempre es un aviso porque se puede ir a peor, pero al mismo tiempo es la nueva normalidad de un mundo climáticamente más extremo en el que la península ibérica ya está 1,8 grados por encima de las temperaturas preindustriales, y eso provoca olas de calor absolutamente inusuales para nuestro territorio, lo que, combinado con un déficit de inversión pública y un abandono del mundo rural, que es un proceso difícil de revertir pero que también influye, da unas condiciones perfectas para incendios de este tipo que, si no le ponemos remedio con un proceso de adaptación muy drástico, van a ser el pan nuestro de cada día en los próximos veranos.
Antes de adaptarnos, pondría el énfasis en que tenemos que mitigar, tenemos que reducir emisiones de modo muy rápido y, por supuesto, de modo justo, porque para que lo podamos hacer rápido tiene que ser justo, si no va a haber mucha fricción social con la gente que ya sufre los efectos de la crisis climática. Por lo tanto, lo primero es reducir emisiones lo más rápido posible y después, en paralelo, tenemos que adaptarnos de manera muy diversa, y eso pasa por replantear nuestras ciudades y nuestros servicios públicos, fortaleciéndolos, porque serán una vacuna o un colchón frente a este tipo de desastres. Habrá que cambiar algunos hábitos de vida. La adaptación es un ámbito enorme que abarca desde el Código Técnico de Edificación al urbanismo, pasando por los servicios, bomberos forestales, pautas médicas.... Hay muchos ámbitos en los que hay mucho trabajo porque casi no hemos hecho nada, y eso tiene una letra pequeña: hay que dedicar recursos importantes para que esto sea así, y eso implica una pelea política de que los recursos se canalicen hacia ese gran esfuerzo de adaptación que tenemos que hacer como país.
Es curioso porque siempre genera mucho ruido, pero salvo en casos muy excepcionales –yo vivo en uno de ellos, Madrid–, las peatonalizaciones casi nunca se revierten. Generan polémica en un principio porque tenemos una cultura y un imaginario muy ligado al coche, de una manera excesiva –el mito fundamental de lo que es la felicidad que se creó en el siglo XX– y, sin embargo, cuando las peatonalizaciones o ganar zonas verdes se implantan suelen consolidarse. Ahí tenemos un horizonte importante que nos permite visualizar cómo puede ser esa vida buena. Siento envidia, por ejemplo, de lo que está haciendo París en ese sentido. A los políticos les pediría audacia porque casi siempre eso suele revertirse en una aceptación bastante positiva de esas medidas.
“Lo curioso de las peatonalizaciones es que siempre generan polémica, pero salvo excepciones, nunca se revierten”
Mi planteamiento con la Agenda 2030 también ha cambiado en función de la recepción social. Empecé criticándola porque se quedaba corta. Es un acuerdo de mínimos, no vinculante, una orientación general, lejos de lo que necesitamos, pero, claro, una vez que toda la extrema derecha negacionista la ha convertido en el anatema de una estúpida teoría de la conspiración, evidentemente uno se cierra a defender la Agenda 2030. Al final, la política se construye así, no solo por lo que quieres hacer, sino por lo que tus rivales políticos articulan y cómo te enfrentas a ellos. La Agenda 2030 había que revisarla con ambición, pero en un mundo en el que Trump gobierna EEUU, igual hay que cerrar filas en torno a su defensa.