El retorno (glub)

con precipitación y antes de lo previsto –estaba siguiendo un tratamiento médico en Cantabria, que debí interrumpir–, hago las maletas para regresar a mi hogar. Fin anticipado de las vacaciones. En mi domicilio he de hacer frente a cosas que, claro, no esperaba: lidiar con el seguro, ver qué se puede hacer con el Ayuntamiento, trazar planes de actuación con mis vecinos más damnificados, limpiar, limpiar y limpiar escombros, talar algún árbol carbonizado cuando la municipalidad me lo autorice. Sí, soy uno de entre esas docenas de miles de damnificados por los incendios que han hecho arder a España por las cuatro esquinas. Y, desde luego, también por el centro, que es donde a mí me ha tocado la china.


Y regreso arrastrando los pies, angustiado ante el retorno. Sé que me horrorizará lo que voy a encontrar: cadáveres de árboles que amé, un paisaje negro y gris donde antes había campos alegres, algunos vecinos desesperados que, con su casa, lo han perdido todo (yo he tenido suerte: solo daños que podríamos llamar colaterales, aunque daños al fin). Compartir la tragedia con tantos miles en toda España para nada me consuela: pienso continuamente en los infortunados y celebro, desde luego, que, por no sé qué milagro, no se hayan producido todas las víctimas humanas que hoy podríamos estar lamentando.


Lo peor es comprobar fehacientemente que no hemos aprendido nada, que tal vez el agosto del año próximo se nos queme todo lo que aún ha quedado por quemar, porque habrá seguido la imprevisión, continuarán peloteándose unos a otros, desde la miseria política, las culpabilidades, el gobierno central a las Comunidades y viceversa, los vecinos al Ayuntamiento y, ay, viceversa.


Sí, cómo no recordar a los muchos miles que, como yo, habrán hecho precipitadamente las maletas del regreso al hogar maltrecho o en peligro. Yo, ya lo he contado muchas veces, avisé del peligro tres años antes de que se consumase: sé que los vecinos de otras muchas localidades también hicieron algo similar ante sus representantes con el mismo resultado que yo obtuve: sonrisas de superioridad, qué sabrá este que no sepamos los burócratas que llevamos tanto tiempo calentando sillones de despacho. Y luego, claro, la inacción.


Desdeño las vendettas y odio a los inquisidores; pero, personalmente, celebro que una Fiscalía investigue qué poderes no cumplieron con los deberes impuestos por la ley en un país en el que las leyes, simplemente, han dejado de cumplirse, comenzando por la Constitución. Y sí, esto que digo tiene también mucho que ver con el hecho de que nuestra España se consuma con los fuegos. O que se apague la luz o no funcionen los trenes. Ni funcione tampoco la moral pública y privada.


Y claro, de aquellos polvos, digo rastrojos, vienen estos lodos, digo llamas. Lo vas a constatar con tus propios ojos cuando, tras unos días merecidamente vacacionales que creíste que iban a ser felices y han acabado tan mal, regreses a tu hogar, quizá aún humeante, para enfrentarte al prólogo de un otoño que, por tantos motivos, va a ser demasiado caliente tras el tórrido verano.  

El retorno (glub)

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