Un rayo, 22 vacas

El antropólogo Carmelo Lisón Tolosana, buen estudioso del mundo rural gallego, dejó escrita en la Antropología Cultural de Galicia una observación precisa que puede parecer desconcertante para quien no conozca bien la idiosincrasia de esta tierra. En las aldeas gallegas, decía, los vecinos vivían entre una desconfianza intensa y una ayuda mutua sólida, profunda e inquebrantable. Esta aparente contradicción resume una forma de vida donde el individualismo habitual no impide que, ante la desgracia, se activen los resortes más generosos de la solidaridad.


La reciente tragedia en el municipio de Rodeiro, en la provincia de Pontevedra, ofrece una muestra actual, viva y conmovedora de ese comportamiento social gallego. Una familia de ganaderos perdió de golpe 22 vacas, un golpe devastador para su explotación, eje de su sustento, tras la caída de un rayo. Lo que era una desgracia solitaria se transformó en un acto de solidaridad colectiva y empática: una campaña impulsada por el concello y la cooperativa agrícola local en solo seis días logró recaudar los fondos necesarios para que esta familia pudiera recuperar su medio de vida.


Ese gesto solidario no partió de grandes instituciones ni de campañas gubernamentales. Fue el pueblo gallego, en el sentido más amplio de la palabra –sus vecinos, los emigrantes, sus gentes, en definitiva– el que reaccionó con una rapidez y una eficacia que evidencian una cultura donde la solidaridad no es solo un valor, sino una práctica viva. A través de las redes sociales, de los medios locales, del boca a boca rural, Galicia (y mucha gente del resto de España) se volcó sin estridencias, sin alardes, como se ayuda aquí: de manera directa, callada y eficiente.


El caso de Rodeiro muestra que, en Galicia, la ayuda mutua sigue viva, que la solidaridad no ha sido destruida por la modernidad ni por la dispersión rural. Más aún, revela que la comunidad gallega es capaz de actuar con una rapidez y eficacia asombrosa cuando a uno de los suyos le viene la desgracia. Esta capacidad de reacción nace de un sustrato cultural profundo, donde la memoria de las carencias compartidas –el hambre y la escasez, la emigración y los problemas sobrevenidos por los elementos atmosféricos– ha enseñado que la desgracia de uno es, de algún modo, la desgracia de todos.


En tiempos de crisis global, donde el individualismo a menudo domina las relaciones humanas, Galicia ofrece con ejemplos como el de Rodeiro una lección de comunidad. Nos recuerda que la solidaridad no es una excepción heroica, sino una forma de estar en las aldeas, de reconocerse en el otro y actuar en consecuencia. La desconfianza puede formar parte del carácter, pero la ayuda mutua es parte del alma gallega. Y cuando esta alma se despierta, como lo hizo por la familia de Rodeiro, el resultado es una de las formas más nobles de humanidad.

Un rayo, 22 vacas

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