Locus de enunciación

Son ratas y transitan por las cloacas; nos dicen, refiriéndose a sus contrarios. Trasladándonos la idea de seres apocalípticos de nervioso galopar que un día emergen, como señaló Camus, para anunciarnos la peste. Y nos complace imaginarlas así, ingrávidas casi en su nervioso ajetreo, más próximo al vuelo que al liviano caminar que distingue a los seres alejados del cielo.


No lo son, son peores. Además, las ratas habitan espacios tan increíbles y enigmáticos como son los albañales. Nuestras Atlántidas, siempre recién construidas, destruidas y sumergidas. Y cabe, a ellas sí, imaginarlas serenas en el debate, elaborando sesudos discursos con los que gobernar el mundo en el cercano día de su advenimiento. Bregándose para esa titánica tarea en las artes de la oratoria y dotándose de una paradoja filosófica capaz de sentar las bases de la que va a ser su civilización. Es más, cabe que haya entre ellas un aedo presto a cantar la gesta de sus guerreros y sus osadas acometidas a las Iliones cercadas. Son tantas y es tanta la indolencia de sus moradores que no van a necesitar el caballo de Odiseo para burlar sus defensas. Solo aguzar los dientes y multiplicarse en el nombre de su panteón; a la espera del último aliento de esta sociedad sectarizada y entregada a la construcción de muros de intolerancia e inmundas acequias; trazados en el mismísimo seno del pensamiento. Ese es nuestro locus de enunciación para mayor gloria de las ratas. 

Locus de enunciación

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