Idiocia colectiva

Quienes nos gobiernan no lo dicen, pero insinúan que no es sano enfermar de cordura, sin atender a que no es fácil conseguir desequilibrar la razón en un mundo donde lo irracional ordena. Hoy no se puede estar cuerdo, pero tampoco loco; se tiene que alcanzar un punto intermedio, el propio de la idiocia. Así expresado parece sencillo, pero no lo es, porque la cuestión exige hacer equilibrios mentales de unas proporciones insoportables para la sana razón y la lógica disposición de las cosas.


No en vano, se trata de recrear un discurso coherente con aquellas incoherencias que se nos demanden, aunque ofendan la inteligencia. Y es ahí donde el más elemental ser de nuestra estructura social, la singularidad, se rebela, porque pertenece a ese otro ámbito privado y endógeno que es nuestra estructura existencial. Pero ¿qué es la propia singularidad frente a la impropia pluralidad social?, nada, qué digo, menos que nada.


Ser singular es ser un egoísta, un individualista sin noción de solidaridad. Por eso se nos impone que pensemos en manada, apartándonos de esa treta capitalista de la singularidad que no tiene otros objetos que privarnos de áreas de progreso y buen gobierno en el que todo nos será graciosamente dado a cambio del sencillo esfuerzo de reforzar el dislate de costear el dispendio. La estafa es piramidal, lo sé, pero gracias a ella disfrutamos de un estado de bienestar y unas libertades y derechos propios de idiotas.

Idiocia colectiva

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