Un brindis por todos

Dos mil veintidós toca a su fin dejándome en los labios un regusto de felicidad que se verá culminada un poco antes de las campanadas del treinta y uno, aunque antes, la mayoría de los que me leen seremos pasto de suculentas comidas, de un engorde Indeseable y de una cartera más vacía de lo que nos gustaría.
 

Y, digo la mayor parte de los que me siguen, porque doy por hecho que al menos tienen dinero para comprar el periódico, un café en una cafetería ( excusa perfecta para leerlo a cambio de un buen desayuno), o un ordenador al que conectarse y, por consiguiente, el parné necesario para pagar la factura de la luz que esto acarrea.
 

Pero no puedo olvidarme de que hay personas que han tenido que darse de baja del régimen de autónomos porque no pueden pagar la cuota, que de vez en cuando se ven obligados a visitar los comedores sociales en calidad de pobres vergonzantes, tampoco de la soledad que sufren muchos y que les obliga- en el mejor de los casos- a hablar con unos amigos invisibles que jamas les traen más regalo que su inestimable compañía, o de los que padecen enfermedades degenerativas, ni de los que los cuidan, tampoco de los que ven impasibles unos anuncios televisivos que invitan al exceso y a la compra compulsiva mientras rebuscan en sus bolsillos-frente a sus mesas vacías-algunas monedas con las que hacerse con el pan del día siguiente.
 

Desgracias y más desgracias que, aunque preferimos obviar, viven puerta con puerta con nosotros. Hay alguien que lo está pasando mal en nuestra familia, en nuestro grupo de amigos, en nuestro entorno laboral y hasta en nuestra propia casa. Gente que sufre y que, en estas fechas de villancicos y panderetas, lo hace más que nunca.
 

Yo no puedo cambiar el mundo ni la forma que muchas personas tienen de entenderlo… de pasar por aquí sin dejar más huellas que su propio bienestar y el de los suyos. 
 

Pero sí puedo hacer un alegato por medio de mis artículos para tratar de concienciar a aquellos que todavía gozan de un ápice de conciencia, de que esto no es un juego, de que estamos aquí para algo y-sobre todo- para alguien.
 

Yo les pediría a todas las personas que se jacten de serlo, que ayuden al de al lado. Que si van a gastar cincuenta, gasten cuarenta y regalen diez a un mendigo y que, si van a asar un capón, asen también un pollo y se lo regalen a ese vecino que siempre está solo.
 

En cuanto a los que están sufriendo, yo les pediría que resistan, que todo pasa, que todo está por hacer y que todo es posible. Que la existencia se compone de puertas que se cierran y ventanas que se abren… y les recordaría que hay personas buenas que piensan en ellos sin conocerlos y que, especialmente en navidad, les mandan un abrazo invisible que es en realidad lo único que da sentido a estas tristes y entrañables fiestas.

Un brindis por todos

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