Abusos, ¿de verdad “se acabó”?

La entrega de los Goya tuvo otra vez mensajes. Mensajes contra el inasumible genocidio en Gaza y, reiterados, y contra la guerra en Ucrania, en menor medida. También contra quienes critican las subvenciones al cine, léase Vox. Y sobre los abusos, con un rotundo “Se acabó” que fue expresado por muchos y aplaudido por todos ardorosamente. Un matiz: el problema de los abusos en el mundo del cine, que se han producido y no sé si se siguen produciendo, apenas ha salido a la luz pública, salvo en algún caso esporádico como el del director de cine, Carlos Vermut, silenciado inmediatamente después de darse a conocer. Harían bien los miembros de este gran sector en levantar las alfombras propias. Y sí eché de menos en los recuerdos y las reivindicaciones alguna mención al salvaje asesinato y secuestro de niños y mayores, a la violación de mujeres y a los rehenes que todavía tiene Hamás. También eché de menos algún apoyo a la protesta de los agricultores españoles, eternamente olvidados, y cierta solidaridad con el brutal asesinato a manos de narcotraficantes de dos policías, dos servidores públicos, a los que no han ido a rendir homenaje ni el presidente del Gobierno, presente en la gala de los Goya, ni el ministro del Interior, su superior jerárquico y responsable de que se jueguen la vida sin los medios imprescindibles de defensa.
Pero vuelvo al tema de los abusos. “Cerrado” el capítulo de los abusos en la Iglesia, tras el informe del Defensor del Pueblo --con una encuesta falseada, pero con muchas propuestas a considerar y aplicar-- y el fallido informe Cremades, parece que se acabó el asunto. Culpabilizada y condenada la Iglesia por unos hechos que han sido un calvario impagable e irrecuperable para muchas víctimas, el asunto parece haberse olvidado. Como si ya no hubiera abusos. Como si los medios no recogieran, aunque sea casi escondido, numerosos casos de abusos la mayor parte en el deporte, en centros de “protección” de menores, en lugares de ocio o en el hogar. O esos repetidos casos de abusos de menores a otros menores. Y los abusos “virtuales”: cada día se eliminan de las redes contenidos de al menos 80.000 abusos sexuales de niños, según datos del informe que trimestralmente emite Meta. Apenas se denuncian estos casos y el ochenta por ciento ni siquiera llegan a juicio.


Como ha dicho un franciscano, “pedir perdón ahora puede resultar tarde, insuficiente, incoherente e hiriente”. No hay nada que justifique un abuso cometido hace cincuenta años o ahora. Nada. Pero, salvo la Iglesia y la vida religiosa, que sí ha empezado a tomar medidas --tarde, después de practicar un encubrimiento culpable-- que han puesto en marcha un plan integral de reparación, una hoja de ruta que establece un plan antiabusos y una mejor formación para dar criterios y recursos, acciones como el Proyecto Repara para evitar los abusos y acoger y acompañar a las víctimas, o la creación de un fondo para indemnizar a las víctimas, con o sin sentencia judicial, ni el Gobierno central ni los autonómicos, ni el Parlamento ni la sociedad civil están haciendo nada para poner freno a los abusos y prevenir las situaciones de riesgo. Ni siquiera para hacer caso de lo que dijo y propuso el Defensor del Pueblo. Abusos que suceden ahora mismo, que crean víctimas, que machacan personas. Los abusos siguen siendo una realidad terrible, diaria. La depravación de la pederastia sigue viva. Y los que tanto gritaban contra la Iglesia, hacían y hacen una caricatura de lo religioso y se rasgaban las vestiduras, callan ahora y no hacen nada. Es pura hipocresía. El abuso es un crimen despreciable lo cometa quien lo cometa y hay que poner a todas las víctimas, sobre todo a los menores, en el centro de las políticas educativas, sociales y de reparación.

Abusos, ¿de verdad “se acabó”?

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