Vivir sin resistencia

El límite de iniciar el jueves regreso de un agradable terraceo con amigos en Santa Cruz -el de Oleiros, para quien piense que quizás me he ido de vacaciones a tierras canarias-. Uno de esos atardeceres de temperatura agradable, sol naranja y vistas al Castillo. Uno de esos atardeceres que huelen a verano, tortilla, ensalada y chipirones. Uno de esos atardeceres en los que dejarse llevar, vivir sin resistencia y pensar “malo será que de esta cena no salga alguna idea que pueda añadir a mis notas para la columna semanal.”


Fluir con las circunstancias es una de las grandes lecciones de la vida. Vivimos en un mundo que nos ha enseñado a contener, a mantenernos firmes frente a cualquier adversidad. Nos han hecho creer que la fuerza está en la resistencia, en la capacidad de mantenernos inamovibles frente a la tormenta. ¡Lejos de eso! La verdadera fortaleza, la que nos permite vivir con plenitud, reside en la capacidad de fluir.


Para alguien como yo, que durante años me ha podido mi vena controladora -hoy ya está más calmada-, ese ha sido un paso importante hacia mi bienestar. Ha sido aprender a danzar, moverme al compás que me rodea, sin perder mi propio ritmo.  Leía hace poco sobre la metacompetencia de la improvisación, esa capacidad de gestionar los cambios repentinos, la necesidad de adaptarse a circunstancias no planificadas.


Planes rígidos, expectativas medibles que, inevitablemente, pueden verse alterados por cuestiones fuera de nuestro alcance. No siempre podemos predecir ni controlar lo que nos ocurre, pero sí podemos decidir cómo respondemos a ello. No se trata de conformismo, se trata de sabiduría. Cada circunstancia trae su aprendizaje. Fluir es aprender a ver la belleza en lo inesperado, a encontrar serenidad en medio del caos.


Fluir también significa soltar. Soltar las expectativas, los miedos, las creencias limitantes que nos impiden avanzar. Soltar lo que ya no nos sirve, lo que nos ancla al pasado.  Soltar en el fuego, como la noche de San Juan en la hoguera. Fluir es un acto de confianza en la vida y en nosotros mismos.  


Y así ha fluido el día en el que escribo estas líneas, dejándome llevar, poniendo en un lado de la balanza los momentos de disfrute y, en el otro, las “obligaciones”.  Al final se llega al consenso, en mi caso, vivir el momento, compartir ese tiempo de “recarga emocional”, sin agotarlo, para regresar a casa a tiempo de completar las líneas que han llegado hasta aquí.


Sin resistencia el camino se presenta generalmente más ligero y en un tiempo sin tiempo, como decía James Joyce “No hay pasado, no hay futuro; todo fluye en un presente eterno.”

Vivir sin resistencia

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