Trabajos y dignidades

Defender a cualquier precio el puesto de trabajo y con él, el salario, es algo legítimo. Es cierto que debería estar esa salvaguarda tutelada por la propia dignidad y el respeto que la de los demás debe inspirarnos. Pero no está el mundo, quizá nunca lo estuvo, para exigir esas heroicidades. Y no es el fiero individualismo quien nos mueve a esa perversión, sino la viva necesidad de subsistir. A eso hemos llegado, y lo terrible es que no podemos quejarnos porque son muchos los seres humanos que han de acometer empresas de magnitudes impropias a sus condiciones, acechados de peligros, de la mano de mafias y al solo fin de arribar a nuestras costas y poder alcanzar a sumar en nuestras indignidades.
 

Siendo así, cómo pensar que nuestra sociedad puede avanzar hacia espacios de progreso en los que impere la solidaridad, la fraternidad y la responsabilidad. Para hacerlo hace falta el arrojo individual necesario para ir conformando una resistencia real frente al abuso. Y para que esa resistencia tenga cabida y legitimidad debemos abandonar el sectarismo, el seguidismo, la vacía demagogia, la ciega obediencia, la mordida, la subvención…. Hacerlo y decantarnos por el libre pensamiento y, en él, capacidad de compromiso y, en él, lealtad a los principios y, en ellos, espacio para la ética y, en ella, un hito: la firmeza de una raya trazada entre la tierra y en el cielo que ponga fin al legítimo derecho a defender el puesto de trabajo. 

Trabajos y dignidades

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