Ruina y ruindad

Los bolsillos de la ruindad y la ruina están llenos; no les cabe más ruindad ni más ruina. Los hombres de este pueblo caminamos con los bolsillos llenos de esa inarrable calderilla que nos encorva, derrota, enferma y envejece a cada paso, lastrándonos como fardos de plomo en el mar muerto de las esperanzas sociales. Salinidad, mucha, la de las tantas lágrimas y mayores padeceres que nos saludan como falsos estandartes de solidaridad y justicia cuando, con rabia, las retiramos de los ojos, en la vana esperanza de alcanzar a atisbar tiempos mejores; en los que esa pesada carga vacíe nuestros bolsillos, aligerando cuerpos y liberando mentes de ese plúmbeo nubarrón de riqueza que nos abroga en todos los rumbos que en nosotros soporta la rosa de los vientos.


Todo es ruindad y ruina, y esa maldad no viene del caprichoso hado, sino de la esperanza que sostienen aquellos que tienen por mandato el gobernarnos en ella. No se le exige mucho, solo mantener la esperanza, alimentarla, dejarnos creer que la hay para consuelo de nuestra elemental dignidad como individuos y ciudadanos de un mundo que hoy se antoja inhumano, inhóspito y corrupto, además de estúpido. Sé que lo simple es albergar esperanza sosteniéndola, como lo hacen las manos que la sostienen, sucias manos, pero al margen de ellas no tenemos otra veta de ese océanico aliento que nos ha de nutrir en el desmayo y acrecentar en esa riqueza que es hoy la ruindad y la ruina.

Ruina y ruindad

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