Un punto azul pálido

Cuando de noche miras al cielo (y no está nublado, cosa rara) y ves las estrellas en algún lugar sin contaminación lumínica que se dice ahora, te entra un desasosiego extraño, la incapacidad de comprender todo lo que se ofrece ante tus ojos. El ser humano es tan pequeño ante semejante inmensidad que el síndrome de Stendhal se queda corto, solo relegado a la emoción producida por el arte-artificio frente a la naturaleza.


Hace años, en 1977, se lanzó desde cabo Cañaveral la sonda Voyager 1, parte de un programa espacial ambicioso que en principio se denominó Programa Mariner y más adelante, renombró a Voyager, que es como la conocemos el común de los mortales. En la Voyager 1, que ahora se encuentra en el espacio interestelar, hay un disco fonográfico de cobre y oro con información del planeta Tierra y de sus habitantes. Ya está vieja, pero continua navegando en el cosmos con su disco y su información. Hay dibujos realizados por la mujer de Carl Sagan de un hombre y una mujer (eran otros tiempos, ahora habría también unes niñes), saludos, sonidos (sirenas de barcos, latidos del corazón, perros, aviones de combate, trenes, pájaros…), música (gracias a los dioses no se había aún inventado el reguetón), ondas cerebrales, fotos e imágenes, todo muy paz y prosperidad para dar una imagen de planeta “Imagine” que no se corresponde demasiado con la realidad pero así somos los humanos, siempre ofreciendo nuestra mejor cara.


Todas estas reflexionen vienen a propósito del estreno de una serie del ‘Universo Alien’ en una conocida plataforma. ‘Alien Earth’ se titula. La acción transcurre en un futuro distópico con el mundo gobernado por grandes corporaciones en el que una nave científica de una de ellas se estrella contra un edificio de otra corporación rival. Por supuesto, la nave científica está llena de extraterrestres a cada cual más amenazante y extraño. Hay uno que es un pulpo pequeñajo con un ojo enorme que todo lo ve. El pulpo reemplaza el ojo de su víctima y controla su cerebro mientras destruye el cuerpo como un parásito de lo más sofisticado. Por supuesto que será el regalo estrella de las navidades en casa de los niños góticos y siniestros que los hay y muchos. En la nave está también el xenomorfo típico de ‘Alien’, ese bicho que tiene sangre-acido y pone huevos en la barriguita de la gente hasta que el bebé está listo y sale por todo lo alto en una de las escenas de cine de terror más impactantes de la historia. Hay uno que es medio planta y medio animal, un homenaje a la peli de las vainas que tantas alegrías nos ha dado en todas sus versiones. Los bichos son a la par fascinantes y una amenaza para la humanidad ya que caerán en manos de algún científico loco sin escrúpulos que será incapaz de contener semejantes seres espaciales en un planeta que puede ser para ellos un gran bufé.


Vivimos en un planeta apartado, recóndito y lleno de condiciones para la vida. Como un experimento de un Dios que nos puso aquí como un niño hace un terrario de hormigas. Imaginen, amigos lectores, que a pesar de ser un punto azul pálido perdido en la inmensidad de algún agujero negro del cosmos, alguien encuentra esa sonda Voyager, alguien o algo con malas intenciones y buenas formas de trasladarse, y decide que esas dos figuritas del disco son comestibles y de digestión ligera. Solo a Carl Sagan se le ocurre llenar una sonda exploradora de información sensible y mandarla a velas-vir por el espacio adelante. Por lo visto, la sonda ya ha alcanzado el espacio exterior y anda por ahí tan contenta. Yo no las tendría todas conmigo…

Un punto azul pálido

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