La jornada partida

No es casual que en el debate planteado sobre qué tipo de jornada escolar es mejor, si la continua o la partida, los alumnos no tengan ni voz ni voto. A los niños se les compran cosas, quincalla tecnológica sobre todo, pero se les hace poco o ningún caso en lo que de verdad les concierne.

Este debate, en todo caso, debería corresponderse con otro previo, el de la conveniencia o no de que los colegios hagan las veces de guarderías, de depósitos donde aparcar a las criaturas mientras sus progenitores trabajan, pues de la resolución social e institucional de esa incógnita depende que se enfoque adecuadamente la actual discusión: si jornada partida, a los niños no se les ve el pelo en todo el día, comen en los centros, se les apunta a toda clase de extravagantes “actividades extraescolares” en la sobremesa, y se les suelta cuando en invierno ya es casi de noche con la pretensión, encima, de que al llegar por fin a casa se pongan a estudiar o a hacer “los deberes”. Si jornada continua, el educando sólo recibe una sevicia, la de levantarse de la cama un poco antes, pero esto se compensa, cual promete el adagio de que “a quien madruga, dios le ayuda”, con la conquista de la libertad a mediodía, y, si tienen suerte, con una comida en casa menos rara, menos industrial y más al gusto que la del cole.

Siendo legítimos los intereses de los dos bandos que porfían por una u otra modalidad de estabulación infantil, no les tanto que ninguno de los dos defienda expresamente los del alumnado. Los profesores abogan, en general, por la jornada intensiva, que les libera del centro a una hora decente aunque luego sigan trabajando en casa, y los padres, también en general, defienden la jornada partida, que les libera más todavía, en su caso de los niños y de sus necesidades perentorias. Naturalmente, esta división es transversal, y todo depende de a quienes, profesores y padres, les viene mejor una cosa que otra, pero, sea como fuere, allá donde el dilema se somete a votación, los niños no votan.

No hace falta decir que la decisión última sobre el particular debiera ser aquella que más beneficiara a los críos, y que el Estado debería arbitrar de una vez las medidas de conciliación laboral y familiar que permitieran que ese beneficio pudiera hacerse efectivo en todos los casos. Ahora bien; si se vota jornada continua o partida, que por lo menos dejen votar a las criaturas.

La jornada partida

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