Una democracia de vivos

Todos los políticos están de vacaciones, tal vez para que no les ocupen los problemas de la gente corriente como la inflación y la presión fiscal disparadas, los ciudadanos perdiendo poder adquisitivo de forma brutal, el riesgo de “la pertinaz sequía” -volvemos a tiempos pasados- y las instituciones bloqueadas. Y aunque nos pilla más lejos, la indiferencia ante la situación en Afganistán donde los talibanes, un año después de que Occidente les dejara, vergonzosa y cobardemente, todo el poder, han cerrado las escuelas para las mujeres, persiguen a las que se atreven a levantar la voz y si es preciso disparan para evitar que unas pocas decenas se manifiesten. Ni pueden estudiar ni trabajar ni viajar solas ni vestir como quieren. Solo obedecer al varón. Y el feminismo calla, también cobarde y vergonzosamente, en nuestro país y en toda Europa. No quiero pensar lo que pasará con Ucrania y sus ciudadanos, una vez que se cronifique definitivamente el conflicto y Europa solo se preocupe de no pasar frío y seguir viviendo como siempre.


Si los que están de vacaciones, no sabemos si cumpliendo o no sus propias medidas --impuestas sin debate ni consenso a las comunidades autónomas, que son las que tienen que aplicarlas--, aprovechan el descanso para reflexionar, tal vez ganemos algo. Tampoco soy muy optimista, pero quiero dejar un margen a la esperanza. Sin duda alguna, lo que los ciudadanos esperan es medidas que frenen la subida de los precios y si les reclaman austeridad, que sean los políticos los que la adopten primero. Pero nos enfrentamos a retos mucho más importantes que van a marcar nuestro futuro. Dos filósofos de prestigio han hablado estos días sobre ese futuro y sus riesgos. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que más libros vende en el mundo, autor de “Infocracia” y “La sociedad del cansancio”, entre otros muchos libros, sostiene que la sociedad actual se caracteriza por el exceso de exposición pública, la auto explotación enfermiza y voluntaria de cada uno de nosotros, creyendo que así nos estamos autorrealizando, y la despersonalización de todas las áreas de la vida íntima. Han critica el populismo y aboga por un cambio radical en la relación con la naturaleza y por el uso humano de la tecnología. “Hoy no va a haber revoluciones porque todos somos esclavos de la comodidad, vivimos presos de nuestra zona de confort”. No demoniza la digitalización ni las redes sociales o los dispositivos en sí, sino su deriva en manos de los algoritmos, su imposición, el encapsulamiento imperceptible que producen. Basta ver cualquier reunión de jóvenes, o menos jóvenes, donde todos están con su móvil, sin hablar entre ellos. Los algoritmos alteran nuestra vida de forma brutal, conducen a la adicción, alteran nuestros rendimientos y nos llevan a una visión cortoplacista de la realidad. Por cierto, parece una descripción de lo que nos hacen los políticos a los ciudadanos.


El otro pensador, el francés François Julien, sostiene que “hay mucha irracionalidad en la política pero no una emoción que estimule” y que la pandemia ha contribuido a confundir la vida y la vitalidad, lo vivo y lo vital y que “asistimos a una imposición de la virtualidad, de la conexión permanente, cuando lo que habría que hacer es volver a despertar el poderío de la vida sin replegarla en lo digital... La comodidad de lo virtual me parece peligrosa”. Es curioso que dos pensadores tan lejanos apunten en la misma dirección y que los políticos estén tan distantes de la realidad. Hay que aprovechar el verano para vivir la vida, para emocionarse, para romper las adicciones y crear, como pide Han, “una república de vivos”.

Una democracia de vivos

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