Cartas de amor

En su Respiración Artificial nos dijo Ricardo Piglia que escribir una carta es enviar un mensaje al futuro, hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos.


Me gustan las cartas, las escribo con cierta frecuencia, las envío a los que amo, atesoro las que recibo. Nos retratamos en la escritura, y ver la letra de alguien es una manera de ver a esa persona que nos escribe. Ya no se escriben cartas. No como entonces.


Aseguraba en un poema Fernando Pessoa que todas las cartas de amor son ridículas, porque no serían cartas de amor si no fuesen ridículas. 


Pablo Neruda le escribió decenas de cartas a Matilde Urrutia, y durante más de veinte años se escribieron Henry Miller y Anaïs Nin. También Frida Khalo dedicó a Diego Rivera muchas de las más de ochenta cartas que envió a amigos, enemigos y familiares. 


Si no has leído la carta de amor que Silvio Rodríguez le envió a Velia, no llegarás jamás al corazón de su preciosa canción De la ausencia y de ti, Velia. Escribió en su misiva el cantautor cubano: «Cuando me quieras ver asómate a cualquier palabra que te guste, a cualquier canción que recuerdes», «Ahora no puedo recordarte sin saber que no estás a gusto dentro de esa sociedad que se desmorona, dentro de esa caricatura de comunidad en la que te ha tocado vivir». 


Los hay tantos, amores grandes y epistolares: los de Josefina y Napoleón, los de María Casares y Albert Camus, los de Juan Domingo Perón y Evita. 


Perón envío una carta el 14 de octubre de 1945, desde el Centro de Detención en la Isla Martín García, a Eva Duarte, su novia. Sabía el político, militar y escritor argentino, que la misiva iba a ser leída, por eso todavía hoy se desconoce si el mensaje era sincero o la utilizó para sembrar dudas, generar sospechas. Con todo, escribirle a su «tesoro adorado» fue lo primero que hizo al llegar a prisión: «Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos». Era otro hombre profundamente enamorado, como Pedro de Begoña. 


Nunca antes una carta de amor cruzó la política española. Ahora esperamos. Luego los historiadores dirán si aquello fue sincero, intimista, o un golpe de efecto. Otro más del amoroso Pedro.

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